Desde la antigua
Grecia, los seres humanos buscaban explicación a las causas del movimiento de
los astros en el cielo, aunque por mucho tiempo existió la idea de que el
reposo era el estado primordial de los objetos y que el movimiento de éstos
requería siempre de una fuerza o intervención exterior.
En el siglo XVI se
tuvo la certeza, a través de observaciones y la realización de cálculos, que el
movimiento del Sol y de los planetas era en forma elíptica y no circular como
se pensaba antes y que no era un movimiento uniforme. Después, la preocupación era
saber cuál era la causa de esos movimientos y cuáles eran las órbitas que
seguían los planetas.
Más adelante,
algunos científicos como Galileo y Kepler, ayudaron a descubrir que el sistema
de movimientos del Sol y de los planetas se caracterizaba porque giraban sobre
sí mismos y que los astros menores giraban en torno a los mayores. Estos
descubrimientos llevaban a la conclusión de que alguna fuerza ejercida sobre
ellos mantenía los planetas en sus órbitas.
Pero fue Isaac Newton (1643-1727) quien, con su
teoría de la gravitación universal, encontró una solución a esta interrogante.
Su punto de partida fue intentar explicar qué fuerza mantenía a la Luna girando
en torno a la Tierra. Primero concluyó que el fenómeno de caída de los cuerpos
hacia la superficie de la Tierra era el resultado de una fuerza ejercida sobre
ellos, y que ésta era la fuerza de atracción de la Tierra.
Newton supuso que
la atracción de la Tierra se extendía mucho más lejos, hasta la Luna. Calculó
que si la fuerza ejercida era la misma que para un objeto cercano, la Luna debería
girar mucho más rápidamente o bien caer sobre la Tierra. Pero se trataba de una
fuerza que disminuía con la distancia.
Comprobó que, como
sucedía con la Tierra y la Luna, todo par de partículas del Universo, por
pequeñas que sean, se atraen entre sí y que la fuerza con que se atraen depende
de la masa de los cuerpos y de la distancia entre sí.
Esto significa que
un cuerpo de mayor masa ejerce mayor fuerza sobre otro de menor masa, pero
también éste produce una reacción sobre el más grande, de la misma intensidad y
en la misma dirección, pero en sentido contrario. Un ejemplo claro de esto son
las mareas en la superficie terrestre.
Las mareas son
resultado de la atracción de la Luna sobre la Tierra. Aunque el efecto de
atracción se da sobre toda la superficie terrestre, es más notoria en el agua.
Las mareas siguen el curso de la Luna alrededor de la Tierra y son periodos al
igual que las fases de la Luna.
Esta explicación
contribuyó a explicar, con mayor amplitud, los movimientos de planetas y
satélites. Con ella empezaba la base del estudio de la dinámica del Universo.
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